Prólogo de 'Guardianes del Olvido'



No todas las historias comienzan a la luz del día, ni tampoco se presentan ante la razón. Algunas transgreden las normas de la realidad, de la lógica y a veces, incluso, las de lo sobrenatural. Ésta es mi historia. Si no crees en cuentos de hadas, o si te asustan las pesadillas que te despiertan a medianoche con un sobresalto en el corazón, quizás no debas continuar.
Todo comenzó aquella noche, las ventanas estaban cerradas, fuera, el viento rugía ferozmente con un sonido sordo que golpeaba los cristales. En su superficie empañada, se dibujaban pinturas de guerra con el vaho que provocaba el cálido interior de la habitación. Su única intención era defender mi guarida, no muy personal por cierto. La habitación rezumaba esa frialdad que todo hotel superior a dos estrellas posee, muy espaciosa para que cupiera dentro todo el vacío de las almas que, perdidas, daban a parar allí.
Esa noche soñaba con una mano cálida que tocaba mi cara, un miembro con vida propia y con el tacto de una pluma de nácar, se acercaba a mi oído y me susurraba.
“¿Es esto de verdad lo que quieres?”
Rozaba mi cuello y comenzaba a bajar más a través de mis clavículas. En su descanso, me clavó un anillo, cuadrado, oscuro hasta que un fluido rojizo me erizó la piel. Sentí miedo.
“Espera, quién eres, qué quieres”
Algo sumergido en la oscuridad parecía negar con la cabeza, todo estaba tan absolutamente oscuro que comencé a ver formas espectrales dentro del mar azabache.
“Te equivocas de pregunta, lo que de verdad deseas saber es lo que tú realmente quieres”
Mis ojos arrojaron una inescrutable mirada de terror. No me gustaba aquél personaje, le tenía miedo, quizás fuera su mano, no, era su voz, su voz chirriante y arrastrada que parecía querer rasgarme alguna verdad a cuchillo.
“No me mires así” , me gritó, “¿qué te pasa? ¿Te doy miedo? ¿Te tienes miedo?”
Una luz estalló en su rostro y rebotó contra el mío, entre una estentórea carcajada. Esa luminosidad instantánea me hizo comprender la situación, había estado hablando todo el rato ante un espejo morado y rayado que me devolvía mi reflejo. Mi otro yo comenzó a moverse entre destellos de luz mientras yo le miraba paralizada, asustada. Sus manos, esta vez cortantes como cuchillas, comenzaron a acercarse a mí. Con cada destello de luz las veía más y más cerca, hasta que pude notar su frío acero acariciando mi cuello. Vi salir mi propia cabeza de aquel cristal amoratado y, una vez fuera, se acercó a mí y golpeó mi cráneo con un sonido hueco que me despertó de inmediato.
Alguien llamaba a la puerta. No podía abrir los ojos todavía, sentía el miedo metido dentro de mí, poseyéndome como un licor oscuro y corrosivo. Supuse que era la mujer de la limpieza, ¿quién más podía ser? Mi hermano dormía a mi lado y ni siquiera se había percatado del ruido.
-          Estamos dentro – grité desde la cama intentado controlar los latidos de mi pecho.
Un sonido hueco y la puerta se abrió. El enfado comenzó a circular por mis venas, ¿Acaso estaba sorda? – Todavía estamos dentro de la habitación –le espeté y esperé a que me viera y saliera deprisa sin hacer ruido. Pero eso no sucedió, escuché unos pasos húmedos a través de la moqueta, que se detuvieron justo enfrente de mi cama.
-          Se puede saber qué pasa. ¿No ve que estamos durmiendo?
Me giré tan rápidamente como el enfado y la tensión me permitían. Todavía era de noche y estaba oscuro, pero allí estaba, la mujer que limpiaba la habitación con su uniforme, un ser casi humano, mirándome con cara de miedo y resignación. Estaba empapada y no parecía dispuesta a irse tan fácilmente como yo había pensado.
-          Pero qué…
No podía articular ninguna palabra más. Ella pareció entenderme a pesar de no haberme explicado con demasiada soltura. Comenzó a caminar hacia el exterior, con pasos muy cortos, asegurándose de que la seguía. Fuera nos esperaba una cuna de madera que parecía haber sido rescatada del interior de las profundidades de un sucio océano. A pesar de ello la reconocía. Aquella cuna había pertenecido a mi familia, la recuerdo en una antigua casa de verano que vendimos hace algún tiempo. Me acerqué más para ver el interior de aquella llamada del pasado. Un cúmulo de objetos antiguos y perdidos estaban ante mí. Entre ellos una antigua pistola naranja de agua, un muñeco de Mickey Mouse dentro de un coche blanco y un pijama que había pertenecido a mi madre cuando era joven.
Sin poder siquiera respirar, una lágrima fría asomó a mis ojos. Había abierto un cofre de secretos, uno de esos con los que se sueña y que sólo se disfrutan durante los sueños, pero mientras duran sientes una dulce felicidad completa.
-          Rápido, coge algo, lo que quieras.
Su voz sonaba cavernosa y arrastrada, se intuía una antigua dulzura que se había extraviado en el tiempo, tanto como aquellos objetos. No podía pensar ni observar todo lo que había, así que agarré con fuerza el pijama de mi madre. Quizás porque aunque no lo quisiera admitir me atemorizaba que ella también creciera. Aquello me recordaba épocas que sólo formarían ya parte de mis recuerdos. Su mano congelada y húmeda me agarró la muñeca. La miré con una mueca de dolor.
-          Escucha, debes abrazarlo con fuerza, cerrar los ojos y pensar en su propietario firmemente, pero tal cual esté ahora, no en el pasado. ¿De acuerdo?
-          Sí – le respondí asustada – gracias.
-          Vete.
Corrí hacia el interior del cuarto y apreté contra mí el pijama lo más fuerte que pude mientras pensaba en cómo estaría mi madre durmiendo en esos momentos en la habitación de al lado.
No sé cuánto tiempo estuve así. Cuando desperté estaba tendida en la cama cubierta de un espeso sudor frío y el teléfono sonaba sin parar. Un eco chirriante que llenaba toda la habitación hasta que mi hermano lo descolgó por fin.
-          ¿Sí?...está bien… Marina levántate, el desayuno del hotel termina en media hora.
Me incorporé en la cama, no sin esfuerzo, miré mis manos y no había ni rastro del pijama, todo había sido un sueño, y lo cierto es que no sabía si alegrarme o entristecerme. Apoyé los pies en las zapatillas y al mirar al suelo vi algo rosa que asomaba bajo la cama. Lo cogí y tiré de ello. El corazón me dio un vuelco. Allí estaba, entre mis manos, el pantalón del pijama de mi madre. 


Comentarios

  1. caray, marta! m has hecho tragar saliva!
    bienvenidos sean los relatos q nos enfrentan a la vida y a la propia alma humana...
    llevo unos día q medito sobre el olvido, el recuerdo y cómo fabricamos y/o borramos la memoria...
    trébol

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  2. Preciosa la novela, ya te lo dije en su día, jejejeejeje... He publicado en mi blog la reseña que le hice y he enlazado este post a la imagen del libro, para que puedan conocerlo más en profundidad..

    Mucha suerte y esperamos tu siguiente novela. Besos

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