Puedo poner las cartas sobre la mesa,
dar un paso al frente hacia el abismo de la distancia,
la que separa tus sábanas de las mías
a
cientos de kilómetros que huelen a anhelo incinerado.
Puedo nadar en el mar de tus palabras
hasta que no me haga falta sacar la cabeza para respirar
prudencia,
sólo por ahogarme en el perfil del presente
en
el posible aroma de tu pelo.
Pero Yo ya dejé de creer en las partidas victoriosas,
en los mares navegables a brazada partida.
Yo dejé de esperar tu boca desdibujada cada mañana,
Yo dejé las ilusiones marchitarse en un jarrón de agua
turbia
Yo… ¿las dejé?