sábado, 24 de diciembre de 2011

Esperanza

A veces, sale de noche, cuando el frío corta el sentido en la piel. Pero nadie la ha visto. Han sentido sus quejidos arañándoles la garganta. Surcándola con dulzura. Cuando intentaron atraparla, sólo encontraron gotas de lluvia caídas desde un una mirada con goteras.
Dicen, que te convertiste en un aullido; que perdiste la voz y las palabras cuando tu pequeña amiga, la hormiga, se marchó. La llamaste Esperanza, quién sabe si por sueños o por desvelos. La metiste entre tus sábanas buscando un ligero consuelo. Pero era demasiado pequeña para darla un beso, demasiado traviesa para abarcar aquel agujero. Sí, aquél que dejó una despedida, otra más, aunque nadie recuerda quién fue aquella vez; quizá, sólo un pasajero más en tu tren.
Es posible que Esperanza, partiera sin darte aviso, o que un día, sin querer, la pisases distraída. El tiempo pasa, y las hormigas, son tan pequeñas… También, es posible que tú desaparecieras con ella, como posible es que la luna se marchite y sólo quede plata. Pero eso, yo no lo creo.
Si te busco, es porque encontré a Esperanza, o quizá, sólo se parece. Es negra y tiene la fuerza suficiente como para levantarme con una sola de sus pequeñas patas. Lo cierto, es que no creo que sea la tuya, porque mi Esperanza es única. No escapa ni se olvida, se mantiene constante enfrente mía. Ahora, yo te la regalo. Te doy a mi pequeña compañera. Encontrarás de nuevo una razón para mirar a la luna y asegurarte de que la luna no se marchitó.
Si esta noche me visitas, si siento el vaho de tus suspiros en mi cuello y tu suave desespero en mi boca, te contaré mi secreto.
Está bien, sé que no gustas de esperar.
Te diré, que conocí tu historia de boca de Esperanza. Ella, me relató los hechos sin darles demasiada importancia. Buscaba dueño, porque su antigua amiga la había abandonado por una nube llamada utopía. Que creía buscarla, cuando en realidad no la veía ni aun teniéndola sobre su nariz. Me apenó el caso, y decidí buscar tu rastro sobre lechos húmedos y rostros atónitos.
Hoy, te hablo desde esta habitación. Buscando la manera de hacerte volver. La vida, en realidad, está atestada de hormigas. Pequeñas, grandes, negras o rojas. Vivimos de ellas y para ellas. Alivian los sufrimientos y lloran por nosotros cuando nos fallan y desaparecen. Yo, no quiero que Esperanza muera. Regresa, y abandona aquella nube que sólo tiñe los días de negro y las noches de esparto. Vuelve, porque una hormiga no puede tener a otra, y lejos de ellas, los sueños quedan más allá de la otra orilla.