Una vez más sentada en la esquina de una habitación desangelada, donde las caras del destino se han reído de mí, donde cada pliegue de las sábanas guarda recuerdos. Si quizás no es posible sumarlos y guardarlos en un baúl de esparto, porque cuando los intento recoger, las lágrimas borran las huellas de su olor. Sí, cada uno de sus nombres huele diferente, más dulce o más agrio, más o duro o más suave; pero al fin y al cabo sólo son el perfil de un grito que hace mucho que rasgó la madrugada.
Formar un todo con mil caras, mil manos y mil sueños. Reflejar en una estatua el anhelo, antes si quiera de saber a quién pertenece esa piedra, sin conocer un nombre o un rostro. ¿Para qué? Si sólo quedará el sendero ardiente del alcohol cuando el aroma haya huido en una disculpa. Porque mordemos los sentimientos hasta gastarlos y dejamos que la vida se nos escape por la mirada. Si nos defendemos a insulto y distancia de aquello que puede hacernos felices, por miedo a perder algo no conseguido. ¿Dónde van a parar los sueños no alcanzados cuando ya temes perderlos?
Si no llega jamás, habré buscado. Habré errado en el camino y podrás seguir senderos alcohol y lágrimas para encontrarme. Porque sólo sobrevive el que no cesa, aunque de antemano algo le diga, en lo más hondo de su inteligencia, que en el lomo de un ser humano sólo cabe un destino.
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El sueño (El beso del ángel) - Rodin |