lunes, 14 de marzo de 2011

Lunas de incienso

Ya no quiero lunas de incienso
No, no quiero volver a oler la ceniza en la que me he convertido
Tras llamaradas dulzonas invertebradas.

Ya no quiero incendiar el camino con pasos seguros
Sólo para calentar tu alma.

Y aún me miras con sentencias perdidas,
Con pesadas  palabras que aíslan ciudades enteras,
Sonrisas completas.

¿No ves que ya no hay remedio?
Cuando te ahogas en sensaciones verdes, moribundas
Cuando te enredas en cabellos que no te pertenecen
Y dejas escapar sonidos de lluvia.
Cuando tus ojos se transforman en gris vaho
Y muerden la piel del amor
Y la arrasan, hasta transformarla en hueso.

Que duro es entonces reconocer que agarramos el brazo
Que quisimos nadar en seco y vestimos lágrimas.
Inundando por cada poro un segundo del día
Ahogándonos en vida

martes, 8 de marzo de 2011

Arañas (basado en el cuadro El Silencio de Irene Pereña)

Hoy,
       o quizás ayer,
despertó a la noche a mordiscos,
intentando atrapar las arañas del recuerdo,
con los párpados enredados en sus telas.

Se encaramó a las ramas del olvido
para besar su cabello…
se le escapaba el aroma entre los dedos
e intentaba amarrar a su pecho
el humo de sus figuras,
                   cenizas de promesas.

Y soñando…
Soñando con su vientre abierto
y su sonrisa desnuda,
se le perdían los versos entre los labios.
Pronunciaba barro,
                          en lugar de deseo
y su mano de madera hueca
contaba las horas en números romanos,
como el reloj de su muñeca,
ése que se convirtió en araña,
hoy,
    o quizás ayer.

'El silencio' de Irene Pereña.

Fragmento de 'El beso del horizonte'

Los hechizos de Morfeo comenzaban a hacer estragos también en mí. Un ruido de puerta chirrió contra la oscuridad de mis sueños, alguien en la habitación de al lado había salido al balcón. La curiosidad ganó el pulso con Morfeo y me levanté para comprobar quién había salido a estas horas de la habitación contigua.

- Hola –la sonrisa de Julie me sorprendió en la oscuridad, sus ojos se perdían entre la negrura como dos cristales azabache. Su mirada resplandecía como el mar en la noche y el reflejo de mi simple rostro empobrecía su brillo.
- Es algo tarde para estar despierta
- ¿Me lo dices tú? A mí me gusta despertarme para ver el amanecer, ¿qué excusa tienes tú?
- No podía dormir
- Es raro, tienes que estar cansada –debí de ponerme muy colorada porque una risa nerviosa brotó de sus labios- me refería a por lo mucho que has nadado hoy.
- Estoy acostumbrada, aunque en una playa con tanto oleaje siempre cuesta más. Sólo hay que… dejarse llevar –dijimos las dos al unísono, nos miramos un segundo sonriendo.
- ¿Me vas a contar aquella historia?
- Mi abuela me decía que no había que temer al mar. Un día de madrugada, nadaba sola a través de un mar embravecido y violento, ella exhausta se sentía desfallecer por momentos. En un instante dejó de luchar y relajó los músculos, fue entonces, sin miedo, cuando escuchó entre el oleaje un ruego de amor. La más triste y hermosa balada surgía de la espuma de las olas y se evaporaba hacia el cielo.
Eran palabras de amor y sal, que se rompían contra la orilla y se olvidaban con el paso de los años entre la arena de la playa. El mar le cantaba al cielo de la mañana tan dulcemente como sus aguas saladas se lo permitían. Se lamentaba de no poder abrazarle, de no poder encontrarle a través de la distancia infinita, a pesar de perseguirle nube tras nube.
Como habrás podido comprobar a veces el cielo llora amargas gotas de soledad sobre la superficie del mar en respuesta de sus lloros evaporados. Algunos dicen que el mar y el cielo nunca se unen a lo lejos, que es un efecto óptico, por eso el mar no se cansa de buscar. Eso me enseñó, que no es peligroso, sólo es un pobre ser frustrado que se ha pasado la eternidad cantando y deseando sin ver nunca cumplidos sus sueños.
- Pero tú crees que sí hay un punto donde se encuentran
- Efectivamente, el llamado beso del horizonte.
- Siento decirte que no lo encontré esta tarde –al ver mi cara de decepción me sonrió dulcemente- pero, yo también creo que existe, en algún lugar. Cada vez que nade también lo buscaré hasta que consiga encontrarlo, entonces te lo diré para que puedas venir tú también a verlo.
- No creo que consiga llegar si quiera a donde estabas hoy.
- Estoy segura de que sí. Tengo que volver.
- ¿Hay alguien contigo? –me miró divertida pero consciente de que mi pregunta no tenía ninguna relevancia
- De hecho sí
- Entonces vuelve, no me gustaría molestaros
- No te preocupes, mi prima tiene mucha paciencia conmigo. En cambio tú sí deberías volver. Hasta mañana.

Se volvió y desapareció tras una cortina vaporosa. Cada vez estaba más segura de que era una ser venido del mar, no una simple mortal. Que aquella no era en realidad su familia, sólo una excusa que ponerle a la sociedad, porque nunca entendería que una persona tan parecida a nosotros hubiese podido venir de una masa líquida. Que su medio natural no fuera la tierra, sino el mar y que por lo tanto se sintiese mucho más a gusto entre olas que entre árboles. Había heredado los ojos del mar y la sonrisa de las nubes, sin saberlo, ella era la viva demostración de que existía el beso del horizonte.

Nueva aventura

Os doy la bienvenida a esta nueva aventura a través del ciberespacio, un nuevo punto de encuentro para compartir literatura, así que, buen viaje...