que tras tu mirada
sólo queda ceniza.
Ya no sé cómo escribirte,
olvidé escribirme.
Ahora tu voz se enreda con la tinta de mis plumas,
diluye los versos
en un latido salvaje.
Una canción desconocida
que puntea la madrugada de mi piel
en un idioma de quimeras dormidas.
A veces,
creo que tus pupilas
serán las que me cuelguen,
en un grito acallado por la almohada,
que amenaza con romperme el pecho.
Desde dentro,
siento tu voz recorrerme las venas
mientras la tinta sangra de mis manos abiertas,
sin forma,
en una mancha sin límite posible ni sentido.
Cómo decirte…
Un laberinto de palabras saladas
arde contra tu cuerpo caliente,
se derriten
y no me forman.
Me ahogo
entre tus manos de cristal labrado.
A veces,
creo que tus pupilas ya estaban
en la materia de mis sueños.
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Verónica del Hoyo Colino |