Aquella tarde
Aquella tarde, como muchas otras tardes similares, mirábamos embebidos tu faz blanca garabateada en tinta. Disfrutábamos del tacto de los papeles rugosos, que constituían tu frágil cuerpo, y nos dejábamos seducir por el suave aroma a historias que se desprendía de tus letras. Recuerdo con más cariño aquel día, porque sonaban villancicos en casa, y tus relatos se contaban bajo el marco de las panderetas y la nieve en las ventanas. Recuerdo que Carlos y yo sujetábamos tus ajadas cubiertas y él leía para mí, en alto, aquellas palabras secretas que nos transformaban: “Haría una vez…” leyó él, y tú te turbaste, como yo, porque aquello no estaba bien dicho. Él se percató en seguida y corrigió su lectura “Había una vez…”, más tranquila volví al cuento y, ahora sí, me dejé embriagar por su olor a mazapán y regalos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarY en una tarde cualquiera, de esas en las que una se resguarda en casa mientras gigantes electrificados golpean la puerta rebosantes de ira líquida, o quizá en esas otras noches, cuando el cansancio brota después de vencer a innumerables hidras de fuego; tal vez tras simplemente soñar ideas de escarcha, en cualquier tarde, amanecer u hora invisible del día, siempre es un placer leerte.
ResponderEliminarGracias Cristina ;)
ResponderEliminar